Servicio público, una expresión muy usada, pero con interpretaciones y vivencias variadas. Para mí el servicio público es pensar y trabajar por el bien común. Algunas veces se ejerce desde entidades gubernamentales, otras veces desde entidades privadas y muchas veces en el día a día, con acciones cotidianas que llegan a ser extraordinarias.
Desde niña el servicio público inspiró mi vida. Cuando acompañaba a líderes de la región en sus correrías políticas, me gustaba oír los problemas de las personas y ver cómo se les buscaban soluciones individuales y conjuntas. Pronto entendí que ese era el corazón de la labor pública y por eso, elegí ser abogada, por considerar que esta profesión me daría herramientas para ser una buena servidora pública.
Pasé varios años vinculada al Gobierno Nacional y luego, volví a Cali, vinculándome a ProPacífico una entidad privada sin ánimo de lucro, que me permite seguir trabajando por el bien común e impulsar cambios para mi región. Hoy más que nunca, el servicio público me apasiona.
Yo soy sólo un caso, seguramente no el mejor, porque nuestra región tiene muchos hombres y mujeres con historias mucho más valerosas que la mía. Sin embargo, lo que busco es contribuir a la motivación de los jóvenes que ven el futuro con temor, poca esperanza o que sienten desconfianza hacia todo lo que tenga que ver con lo público y lo gubernamental.
Muchas personas se alejan de los asuntos públicos sin haberlos conocido, otros los ven como la forma de enriquecerse. Dejaré a un lado este último punto, pues resulta evidente que eso ni siquiera merece ser considerado servicio. Me concentraré en lo que importa: ¿Cómo poner las capacidades al servicio del interés común?, ¿cómo aportar y transformar vidas?
Sin duda el servicio público puede traer frustraciones, pero por encima de eso no hay mejor sensación que ver cómo una política pública o un proyecto se puede cambiar la vida de miles de personas.
Resultan desalentadoras las noticias de proyectos públicos que se tardan décadas en finalizarse, o nunca lo hacen, la corrupción y el desvío de recursos. Así mismo, inspira ver otras ciudades y países donde la mejora en la calidad de vida resulta evidente y nos preguntamos, ¿cómo llegar ahí? Si queremos llegar a estándares siquiera parecidos, debe ser una obsesión vincularnos en los asuntos públicos, siendo el voto la primera forma de hacerlo, pero yendo más allá, debemos conocer e involucrarnos en lo que pasa con nuestro barrio, comuna, ciudad, departamento y país, para que el voto sea calificado y se sustente en visiones objetivas sobre el futuro del territorio.
Para todos los que como yo sienten pasión por el servicio público y los que no: necesitamos buenos y nuevos liderazgos. Liderazgos con vocación de servicio, con formación para la gestión pública. Hacer de nuestra ciudad y región un territorio mejor requiere de más servidores comprometidos, resilientes, capaces de dar batallas con la convicción de que el bien común y el impacto final valdrá la pena.
La historia reciente del Valle del Cauca nos ha permitido ver un liderazgo colectivo nunca antes visto. Es un proceso que muestra resultados, que nos deben hacer sentir orgullosos y saber que vamos por la vía correcta. Todavía hay mucho por hacer y necesitamos más mentes y manos. Tenemos retos muy importantes. Para no ir muy lejos: Buenaventura necesita más liderazgos que sumen a la solución, que piensen diferente, no se dejen distraer por el poder, ni encasillar en divisiones. Necesitamos líderes y servidores genuinos para cerrarle la vía a quienes desvirtúan y avergüenzan lo público.